El
deporte es una producción humana derivada de la cultura, y como tal representa
una conquista en el camino de la evolución hacia la necesidad de subliminar la
capacidad destructiva de las personas. A su vez es un reflejo de cada momento
sociohistorico para cualquier comunidad humana. Actualmente prevalece una
visión del deporte al servicio de un sistema económico que lo instrumentaliza
para diferentes fines como, la construcción de identidades excluyentes, o
simplemente ser un consumible más, con toda la parafernalia del mechandaising y
los innumerables gadgets. El deporte
como instrumento para conseguir metas utilitaristas, y como finalidad comercial,
es la visión predominante en las sociedades occidentales, pero no por ello nos
hemos de resignar a que sea el único paradigma posible.
El
deporte tiene de forma inherente muchas bondades entre las que se pueden destacar
entre otras la armonización entre cuerpo
y mente, ser una herramienta de socialización, facilitar el acercamiento entre
diferentes pueblos, además de las ricas posibilidades que ofrece
como instrumento para el crecimiento personal y colectivo. Estas atribuciones
pueden hacer del deporte algo positivamente excepcional.
A
pesar de las posibles cualidades también es cierto que solo hace falta hacer un
periplo por distintas disciplinas deportivas, para comprobar
rápidamente que la realidad en ocasiones es otra. Los patrones estéticos de la
sociedad de la imagen disocian cuerpo y mente. Cuántas veces hemos visto el
ejemplo continuo de los que quieren perder peso y se aventuran en una jornada
maratoniana bajo un sol de justicia, sin agua, y sin conocimiento alguno sobre
lo que se exigen, pensando que están haciendo deporte. Todos conocemos a alguien
que se dedica a machacarse solitariamente entre las máquinas de un gimnasio de
forma autómata sacrificándose solo por una imagen estereotipada, argumentando
que hace deporte. Periódicamente las televisiones nos ofrecen retransmisiones
de partidos de fútbol que muestran violencia extrema entre aficiones, y
en ocasiones entre los propios jugadores. Jornada tras jornada, en muchas
categorías inferiores, estas escenas se repiten como si repitiesen un mantra.
En ocasiones hasta se emulan. Tampoco
podemos olvidar la versión del deporte que se obstina en la separación
obligatoria de roles entre mujeres y hombres, modo intencional de construir
discurso social. Ellos triunfan, ellas como palmitos les entregan los trofeos.
Las competiciones masculinas invaden las cuotas de pantalla, las femeninas son
excepcionales, las mixtas se obvian. El crecimiento personal y
colectivo queda relegado a los estereotipos de triunfo social
mediante el deporte, especialmente para los niños y niñas que quieren emular a
las figuras mediáticas. Imitar es tratar de ser igual que otro que se nos muestra como ideal. Es muy
reduccionista si todos los deportistas quieren ser los
mejores jugadores, ricos y guapos. Peligroso que los comportamientos neuróticos de
sus figuras de referencia, como los entrenadores, se deslicen sin control
hasta la agresión verbal o física, por poner algunos ejemplos. El
deporte se ha transformado en una de las nuevas formas de religión con dogmas
de fe.
En
general la sociedad del deporte promueve jugadores, que juegan en el sentido
más estricto del azar. Han de conseguir éxitos y no logros, pero actúan
sin comprender que dependen de su propio esfuerzo en el encuentro consigo
mismas, en muchas modalidades deportivas mediante el trabajo en grupo. El rival
es solo un instrumento de que el verdadero rival está en el interior. El rival
deportivo es principalmente la oportunidad para superarse, pero sobre todo
crecer. Los árbitros, la influencia negativa del propio grupo, la presión
exterior, las exceptivas sociales sobre el triunfo, son los principales
argumentos para convertir todo el deporte en un juego de azar y de exigencias.
Toda motivación queda en un locus externo. La victoria se convierte en lo único
importante, los procesos son obviados. Predomina la individualidad del éxito
personal por muy de equipo que llegue a ser el deporte.
Afortunadamente
no todos los proyectos deportivos están en esta línea, los hay que buscan
verdaderos deportistas, personas que aprendan a tener cuidado de sí mismas y
sus compañeras de equipo, que aprendan a crecer con los pequeños fracasos, y
que estos les sirvan de acicate para su desarrollo personal. Es una visión del
deporte incluyente.
Mucho
tiempo nos ha costado aprender a
subliminar las pulsiones agresivas que emergen de cada sujeto, y que el deporte
mutase el campo de batalla i el circo romano por nuevos gladiadores que en vez
de levantar una espada, o luchar a muerte cuerpo a cuerpo, cambiasen su armas
por raquetas de tenis, bates de béisbol, o simbolizasen mediante la técnica del
dribling como superar al rival. Es necesario dar un paso más,
promover una visión del deporte que acabe con la pasividad del
espectador consumidor, y que la práctica deportiva no esté al servicio de un
sistema de consumo alienante. Hemos de potenciar otro paradigma donde el
deporte sea un instrumento y el/la deportista la finalidad. Eso equivale a que
el deportista, independientemente de su edad y condición, aprenda a reconocerse
a sí mismo mediante la actividad deportiva, conocer su cuerpo, y socializarse
con los demás practicando un deporte en equipo o de forma individual. Donde los
adolescentes y jóvenes puedan ejercitarse para aprender a superar diferentes
situaciones que actúan como metáforas de la vida, aprendiendo a tolerar el
fracaso de nuestros continuos deseos. Convirtiendo la frustración en una nueva
ocasión para madurar. Un discurso del deporte fundamentado en que cualquier
persona pueda disfrutar en los diferentes momentos de su vida
practicando deporte como habito de vida; educativo, saludable y
social.