El 11 de julio de 1.995 me es imposible recordar donde
estaba, que hacía, que pensaba hacer en los próximos años. Tan solo puedo
recordar que era un día más de verano en medio de actividades internacionales
con jóvenes. Días previos nos habíamos congregado en la plaza de la Vila de
Badalona, solicitando la paz en Bosnia y la protección en Potocari de los
refugiados bosnios que corrían despavoridos ante el avance de los carniceros de
Milosevic, Ratno Mladic, i Radovan Karatzi. No sabía que aquel 11 de julio se convertiría
en un funesto día para miles de varones bosnios de todas las edades, que fueron
exterminados por ejército serbo-bosnio.
Nunca pensé que pisaría Bosnia, pero algo más de un año
después de la matanza de Srebrenica allí llegue. La ingenuidad y la motivación por ser solidario me llevaron
hasta allí. Realmente no sabía dónde estaba, no lo sabía en medio del corredor de Brcko, con
francotiradores en la entrada del mismo y con minas a los dos lados de la
carretera esperando silenciosas. Solo pensé en volver a ver a mis hijos.
Los viajes se sucedieron y también los lugares. Los campos de desplazados
en las montañas de Zenica, Tuzla, la indescriptible Saraievo, con su Dobrinja,
el barrio olímpico, Bascarsija y el túnel de kilómetros que permitía abandonar
la ciudad cruzando Saraievo hasta las montañas a fuego descubierto con los
francotiradores. Pazi, sniper! Después llegaron Maglaj, Mostar y otros tantos
lugares…
En cada viaje, un nuevo proyecto, ayuda material a los
refugiados, reagrupación familiar, asistencia internacional a enfermos,
proyectos de recuperación de los ríos y desminaje, educación no formal,
deporte, y hermanamiento de ciudades, Badalona-Maglaj.
En cada proyecto, personas, historias que me desgarraron
por dentro, que me ayudaron a reconocer algunas de mis miserias y de las
miserias de los otros. Descubrí hasta dónde puede llegar la pulsión de muerte.
Las torturas, las violaciones sistemáticas, el odio salvaje de la ignorancia
cubierto de matices étnicos y religiosos. El dolor de la pérdida de las
personas queridas, del padre, de la madre, de los hijos. Abandonar tu ciudad,
ser un refugiado en tu propio país, escapar a cualquier condición como un paria
por Europa, perder todo.
Pero allí donde la pulsión de muerte invadía todo también
había historias de solidaridad y amor. La vida trataba de imponerse al sueño de
la razón, otra vez productora del monstruo de la guerra. Muchas historias de
vecinos solidarios, de creyentes coherentes con sus valores que salvaron a
desconocidos, de familias que mantuvieron su multiculturalidad como un tesoro,
de gestos de vida a desconocidos. También la solidaridad con los desconocidos
que llegábamos para ser algo más que testigos de un genocidio. Alguien definió la
solidaridad como la “la ternura entre los pueblos” y así es, nunca he sido
mejor acogido que en casa de mis amigos y amigas bosnios. Tres cooperantes,
tres amigos de Badalona, tres patatas, tres tomates, tres pedacitos de carne, en medio de una
atmosfera de fraternidad por compartir el dolor indescriptible. El todo.
El 11 de julio
de 1.995 se materializó otra gran vergüenza para Europa, para la humanidad, la
matanza de Potocari. Antes, el asedio a Saraievo, Mostar, Maglaj, Doboj, etc,
etc. El pueblo que olvida su historia fuerza sus propias cadenas. En memoria de
las familias, en homenaje a las víctimas, Srebenica, Bosna & Herzegovina, prohibido
olvidar, VOLIM BOSNA.