Después de haber
participado en un debate político sobre las próximas elecciones españolas, un
grupo de amigos manteníamos una discusión sobre nuestra contemporaneidad. La relación entre la ciudadanía y los
políticos, el sistema social, la globalización, eran algunos de los temas. Ahora
con un poco más de distancia trato de poner un orden a lo discutido, recurriendo más sin más remedio
a Ortega y Gasset,
para corroborar que busques por donde busques, estamos sujetos a ser “nosotros y nuestras circunstancias”
sabido esto, somos conocedores de los límites y márgenes de nuestras
reflexiones.
Todo empezó por buscar
la raíz de nuestros males contemporáneos, y llegar a la conjetura de que este
sistema capitalista apenas llega a ser lo que señalo Jeremy Betham,
“el máximo de felicidad para el máximo
número de gente”. El club de
selectos cada vez es más reducido. Siria, Afganistán, Libia, Irak, Yemen,
Nigeria, Osetia, Sudán, el terrorismo internacional, el llamado cuarto mundo,
etc, engrosan la lista de los excluidos. Estamos lejos de universalizar mínimos
de bienestar para el bien común.
Es por ello que
discutíamos a cerca de como articula la desigualdad el sistema capitalista
entre nosotros? Cuál es el mecanismo esencial que regula su dinámica? Una de las hipótesis mantenidas fue, la posesión y satisfacción mediante objetos,
como consecuencia de la evolución de la
teoría Marxista sobre
el plus del trabajo, donde el objeto se
convierte en un amo. Trataré de explicarlo.
Los objetos
continuamente tratan de seducirnos convidándonos a la inmediatez y la complitud.
Una promesa de satisfacción de la felicidad, que acaba siendo una quimera que esconde
una mortífera adicción al consumo.
Nunca se consigue lo que se nos promete a través de los objetos, solo que en el momento del consumo hay una falsa
satisfacción que impulsa a la repetición de la búsqueda de forma permanente, y
que como señalo Hegel, produce una “servidumbre voluntaria”, a seguir el
mandato del consumo.
La felicidad es
intransformable en un objeto simple. De
hecho se ha convertido en una demanda esclavizadora, con un sujeto que consume
constantemente hasta convertirse a sí mismo en mercancía, “en consumidor”. Esto
produce directamente un efecto de pérdida de libertad para convertirnos en
esclavos dependientes de objetos, que a su vez son nuestros amos. Algunos
síntomas son evidentes, goces solitarios, sexualidad y relaciones virtuales, abandono
de la responsabilidad, perdida de cualquier límite, y ausencia de referencias. La
ciencia ficción de George Orwell y Adolus Huxley poco a poco se va conformando.
(1.984)
,(Un mundo feliz). “El crimen mental ha sido
abolido para sentir la satisfacción de ser acogidos en los brazos del gran
hermano”, objeto.
El ser humano siempre
ha coqueteado con las adicciones, pero la particularidad más destacada en este
momento es que estas calán cada vez más en individuos más jóvenes. Ya no se
trata tan solo de hacer asociar la identidad de juventud a la de consumidores
insaciables, sino que se está engullendo
a la infancia. Niños de menos de tres
años saben utilizar cualquier tipo de
dispositivos electrónicos, digitales, o incluso virtuales. Prácticamente desde bebes los sujetos quedan introducidos en algún
tipo de relación de dependencia con un objeto, y este poco a poco se acaba convirtiendo el dueño del
niño hasta que su ausencia le produce un malestar insoportable.
Al llegar al período
escolar los niños se encuentran con un gran problema, la satisfacción pulsional
permanente es opuesta a las premisas necesarias para que la educación produzca sus efectos. Los requisitos de tiempos, paciencia
y aprendizaje a partir del error (fracaso), y lo más importante, hacerse
responsables de su proceso, requieren una tolerancia diferente a la de la
satisfacción inmediata. Al llegar al cilco de primaria, la categoría social de
“fracaso escolar”, responde a dos tipos
de trastornos comprimidos en la famosa bipolaridad, el TDAH y la depresión infantil, de pingues
beneficios para las farmacéuticas. En realidad ambos diagnósticos corresponden
a una misma raíz que empieza a evidenciar una falta en ser, el no desear nada. Algo más que evidente en los adolescentes
con la categoría de “exclusión social” que son incapaces de desear, buscan continuamente
el consumo inmediato de las drogas, la sensación de superar cualquier límite, o mantenerse en una espiral constante de
consumo alienante. Permanentemente estimulados pero incapaces de producir
ningún deseo.
Para los jóvenes se han planificado las llamadas “políticas
de emancipación”, que son todo absolutamente menos emancipadoras. Acciones que
producen más dependencia, más estandarización, y más consumo, envuelto eso sí
de precariedad laboral o de panaceas como el hágase a sí mismo. Cada vez se aleja más al joven del conocimiento,
puesto que las universidades han expropiado el saber y solo los que tienen
recursos económicos pueden acceder. Las universidades han sido uno de los
principales instrumentos que han producido el pase del esclavismo al
capitalismo. La industria de la
educación. Y sino piensen en la formación que encaja mejor a los sujetos con el
sistema, la formación profesional, de
ahí su actual auge. Hoy en día todo
conocimiento se representa con un titulo.
El deseo se pierde y con el desear los sujetos
solo son demandantes de mercadotecnia. Jaques
Lacan
señalo que “la tristeza es la expresión de la cobardía moral por haber
renunciado al deseo”. Y eso es lo que nos produce el consumo dejar de desear a
cambio de consumir permanentemente.
Mercado y técnica son
dos elementos desrregulados, que juntos convierten al sujeto en un objeto, una vulgar
mercancía. Con su efecto de producción desmedida se producen costes por segunda
ocasión de nuevo en los sujetos, esta vez en su relación con el medio ambiente,
a modo de un planeta insalubre, al borde constante del desastre medioambiental.
Sequías que se incrementan, inundaciones,
pérdidas de especies, aumento de la temperatura del planeta, son algunas de las
consecuencias cada vez más irreversibles.
Jorge
Alemán (soledad
común) cita las consecuencias sobre el sujeto como “estado permanente de
excepción” segregado bajo las órdenes del mercado
de renuncia, producción y consumo. La fidelización a uno mismo ha acabado con
la comunitario. Si hay alguna conclusión que es pueda establecer de forma
transversal a toda esta reflexión consiste en la necesidad de recuperar la sociedad en común,
antes de que esta alienación al individualismo acabe con el significado colectivo
de la civilización.