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miércoles, 23 de octubre de 2013

Ὀλυμπιακοὶ Ἀγώνες


El deporte es una producción humana derivada de la cultura, y como tal representa una conquista en el camino de la evolución hacia la necesidad de subliminar la capacidad destructiva de las personas. A su vez es un reflejo de cada momento sociohistorico para cualquier comunidad humana. Actualmente prevalece una visión del deporte al servicio de un sistema económico que lo instrumentaliza para diferentes fines como, la construcción de identidades excluyentes,  o simplemente ser un consumible más, con toda la parafernalia del mechandaising y los innumerables gadgets.  El deporte como instrumento para conseguir metas utilitaristas, y como finalidad comercial, es la visión predominante en las sociedades occidentales, pero no por ello nos hemos de resignar a que sea el único paradigma posible.


El deporte tiene de forma inherente muchas bondades entre las que se pueden destacar entre otras  la armonización entre cuerpo y mente, ser una herramienta de socialización, facilitar el acercamiento entre diferentes pueblos, además de las ricas  posibilidades que ofrece como instrumento para el crecimiento personal y colectivo. Estas atribuciones pueden hacer del deporte algo positivamente excepcional.




A pesar de las posibles cualidades también es cierto que solo hace falta hacer un periplo por distintas disciplinas deportivas,  para comprobar rápidamente que la realidad en ocasiones es otra. Los patrones estéticos de la sociedad de la imagen disocian cuerpo y mente. Cuántas veces hemos visto el ejemplo continuo de los que quieren perder peso y se aventuran en una jornada maratoniana bajo un sol de justicia, sin agua, y sin conocimiento alguno sobre lo que se exigen, pensando que están haciendo deporte. Todos conocemos a alguien que se dedica a machacarse solitariamente entre las máquinas de un gimnasio de forma autómata sacrificándose solo por una imagen estereotipada, argumentando que hace deporte. Periódicamente las televisiones nos ofrecen retransmisiones de partidos de fútbol que muestran violencia extrema entre aficiones,  y en ocasiones entre los propios jugadores. Jornada tras jornada, en muchas categorías inferiores, estas escenas se repiten como si repitiesen un mantra. En ocasiones hasta se emulan.  Tampoco podemos olvidar la versión del deporte que se obstina en la separación obligatoria de roles entre mujeres y hombres, modo intencional de construir discurso social. Ellos triunfan, ellas como palmitos les entregan los trofeos. Las competiciones masculinas invaden las cuotas de pantalla, las femeninas son excepcionales, las mixtas se obvian.  El crecimiento personal y colectivo queda relegado a  los estereotipos de triunfo social mediante el deporte, especialmente para los niños y niñas que quieren emular a las figuras mediáticas. Imitar es tratar de ser igual que otro  que se nos muestra como ideal. Es muy reduccionista si  todos los deportistas quieren ser los mejores jugadores, ricos y guapos. Peligroso que los comportamientos neuróticos de sus figuras de referencia, como los entrenadores, se deslicen sin control hasta  la agresión verbal o física, por poner algunos ejemplos. El deporte se ha transformado en una de las nuevas formas de religión con dogmas de fe.




  En general la sociedad del deporte promueve jugadores, que juegan en el sentido más estricto del azar. Han de conseguir éxitos y no logros, pero actúan sin comprender que dependen de su propio esfuerzo en el encuentro consigo mismas, en muchas modalidades deportivas mediante el trabajo en grupo. El rival es solo un instrumento de que el verdadero rival está en el interior. El rival deportivo es principalmente la oportunidad para superarse, pero sobre todo crecer. Los árbitros, la influencia negativa del propio grupo, la presión exterior, las exceptivas sociales sobre el triunfo, son los principales argumentos para convertir todo el deporte en un juego de azar y de exigencias. Toda motivación queda en un locus externo. La victoria se convierte en lo único importante, los procesos son obviados. Predomina la individualidad del éxito personal por muy de equipo que llegue a ser el deporte.

Afortunadamente no todos los proyectos deportivos están en esta línea, los hay que buscan verdaderos deportistas, personas que aprendan a tener cuidado de sí mismas y sus compañeras de equipo, que aprendan a crecer con los pequeños fracasos, y que estos les sirvan de acicate para su desarrollo personal. Es una visión del deporte incluyente.

Mucho tiempo nos  ha costado aprender a subliminar las pulsiones agresivas que emergen de cada sujeto, y que el deporte mutase el campo de batalla i el circo romano por nuevos gladiadores que en vez de levantar una espada, o luchar a muerte cuerpo a cuerpo, cambiasen su armas por raquetas de tenis, bates de béisbol, o simbolizasen mediante la técnica del dribling  como superar al rival. Es necesario dar un paso más, promover  una visión del deporte que acabe con la pasividad del espectador consumidor, y que la práctica deportiva no esté al servicio de un sistema de consumo alienante. Hemos de potenciar otro paradigma donde el deporte sea un instrumento y el/la deportista la finalidad. Eso equivale a que el deportista, independientemente de su edad y condición, aprenda a reconocerse a sí mismo mediante la actividad deportiva, conocer su cuerpo, y socializarse con los demás practicando un deporte en equipo o de forma individual. Donde los adolescentes y jóvenes puedan ejercitarse para aprender a superar diferentes situaciones que actúan como metáforas de la vida, aprendiendo a tolerar el fracaso de nuestros continuos deseos. Convirtiendo la frustración en una nueva ocasión para madurar. Un discurso del deporte fundamentado en que cualquier persona pueda disfrutar en los diferentes momentos de su vida practicando  deporte como habito de vida; educativo, saludable y social.

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